Érase una vez una ciudad encantada por un sueño profundo que los llevaba actuar de la manera que quería el rey Timoteo. Los ciudadanos sólo hacían lo que él decía. Su rutina no variaba. Trabajaban, descansaban en las noches y cumplían con sus deberes. Ya hacía 10 años desde que el pueblo estaba bajo su hechizo. La ciudad encantada era preciosa, llena de maravillas, piedras preciosas y oro. Por eso Timoteo quería el control absoluto. Sin saber que estaba por regresar Leila, una joven que había salido hace 12 años de la ciudad.
Timoteo continuaba con su plan malévolo hasta que su jefe de seguridad llegó.
“Señor, hay una joven que quiere entrar a la ciudad.”
“No lo pueden permitir, para eso está la barrera y la guardia.”
“Ya le dijimos que no podía entrar, pero sigue ahí.”
Leila es una joven persistente y luchadora. No se iba a rendir hasta poder entrar. Al darse cuenta de la defensiva de la guardia decidió retirarse, pero estaría cerca observando todo para tener una oportunidad y entrar. Adentro estaban sus padres y sus 2 hermanos, con cuales hacía 10 años que no hablaba y pensaba que estaban molestos porque ella se había ido, pero tal parece que algo extraño estaba ocurriendo. Vigiló noche y día hasta que se sintió preparada para poder entrar en lo que los guardias cambiaban turno.
Cuando ya estaba lista para entrar alguien la agarró por el brazo. Asustada miró y era un joven alto y apuesto, de tez blanca y ojos azules.
“¿Qué piensa hacer?”
“¡Déjeme! ¿Quién es usted?”
“Está loca si piensa entrar ahí.” Le dijo el joven mientras la soltaba.
“¿Por qué lo dice?”
“Esas personas llevan así hace 10 años. El rey Timoteo los hechizó para poder quedarse con todos los recursos de la ciudad. Están bajo su control, ellos trabajan para él y hacen todo lo que les dice.”
“¿Cómo va ser? Ahí está mi familia. Necesito sacarlos de ahí. Eso no puede ser” Exclamó Leila desesperada.
“No hay nada que hacer. Los que han intentado hacer algo han desaparecido. Probablemente el Rey los puso bajo su hechizo.”
“No, yo no me voy a quedar así. Ya he vigilado y sé sus mañas, voy a entrar a salvarlos.”
“Eres terca.”
Sin más Leila continuó decidida a entrar a la ciudad. Detrás de ella el joven.
“No que era muy peligroso.”
“Yo no tengo nada que hacer. No pierdo nada si voy contigo. Mi familia también está allá.”
Entraron sigilosamente. Sabían que para pasar desapercibidos tenían que actuar como los demás y así lo hicieron.
Continuaron observando todos los movimientos del Rey y sus secuaces. Buscaban cómo acabar con ese suplicio. De lejos Leila pudo ver a su familia. Marcos, el joven no encontraba la suya pero seguía ayudando a Leila.
“Hay que entrar al palacio. Es la única forma de poder conocer cómo podemos despertar a las personas.”
“Es muy arriesgado.”
“No hay otra manera, ¿o sí?”
Con miedo pero decididos se colaron en el palacio. Ahí era difícil pasar desapercibidos, así que intentaron que nadie los viera. Hasta que escucharon al rey en una conferencia.
“Tenemos que seguir así, hay que tomar todo el oro y hacer que las personas sigan produciendo para explotar las minas. También he escuchado de otra ciudad que podemos tomar.” Decía Timoteo.
“Es el colmo.” Dijo indignada Leila.
“Quiere seguir destruyendo ciudades.”
El rey continuó. “Para eso tenemos que encontrar lo que los mantiene despiertos y quitarlo para siempre, como hicimos aquí.”
Sorprendidos Leila y Marcos se miraron.
“¿Lo que los mantiene despiertos?”
“¿Qué será?” Preguntó Marcos.
Decidieron seguir esculcando por el Palacio a ver si encontraban lo que haría despertar al pueblo. De repente sintieron pasos y cuando miraron ya estaban rodeados.
“¿Quiénes son?” “Arréstalos.” Gritó un guardia.
Los llevaron a un calabozo y les dijeron que ahí se quedarían hasta que el Rey se encargara de ellos.
Aún arrestados los jóvenes continuaron pensando en que sería eso que eliminaron para poner a las personas bajo ese hechizo. Sabiendo que tal vez, pronto ellos podrían caer en el. En el silencio de la noche y pensando que ya no había nada que hacer, Marcos recordó que faltaba algo, que las noches ya no sonaban igual.
“¡Claro, el coquí!” Exclamó emocionado.
“Eso es Leila, no los escuchas. Ya no están, los quitaron para poder dominar.”
“Es cierto, Marcos, ya no se escucha.”
De momento llegaron los guardias para quitarles la ilusión de poder despertar a los demás. Se miraron decididos a hacer algo. Cuando abrieron la celda decidieron escaparse y lucharon contra los guardias pero sólo Leila logró zafarse.
“Corre Leila.”
“Cállese, que la encontraremos y correrá con su misma suerte.”
Llevaron a Marcos con el Rey.
“Vaya, vaya, otro que logra entrar, pero no quedarse. Hasta aquí llegaste muchacho.”
“¡No!” Exclamó Leila. “Hasta aquí llegaste tu.” Y comenzaron a entrar personas.
“¿Escuchas eso? Son los coquíes. Ya no estarán más bajo tu dominio. Están conscientes y tu quedarás bajo arresto.”
“Muchacha insolente, atrevida.”
“¿Cómo lo lograste, Leila?” Emocionado preguntó Marcos.
“Justo cuando salí encontré una habitación donde estaban los coquíes y una piedra que brillaba mucho. Así que asumí que la piedra era parte del hechizo y la destruí. Luego abrí la ventana y salieron los coquíes, des
pertando a las personas de esta pesadilla.
De momento una señora se le acercó a Marcos. “¡Mamá!”
Leila también se reencontró con su familia.
Todos despertaron y volvieron a la normalidad recuperando el control de sus vidas y de su ciudad.
Enseñanza
Es necesario que estemos conscientes de todo lo que sucede. No podemos vivir enajenados de nuestra realidad. Debemos tomar acción cuando la situación no va bien. Es importante tener el control para vivir una vida plena. No podemos permitir que fuerzas externas a nosotros nos controlen (ni el gobierno, ni lo material, ni nada que nos perjudique). ¡Despertemos!
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